Con la inflación en el mundo se ha hecho más frecuente la “shrinkflation” o “reduflación”, que es, por ejemplo, quitarle 50 gramos al kilo de harina o dar seis galletas en vez de ocho, manteniendo el precio del paquete. Siendo válida como política de precios, ella debe ser usada correctamente para no acarrear consecuencias nocivas entre consumidores y empresas. Veamos.
¿Es una práctica nueva? No, es más bien la norma en países en desarrollo, pues si la lógica de los más acomodados es pagar más para mantener la calidad de su compra, en las mayorías más pobres la decisión depende del dinero disponible. Así, la señora que lleva S/30 diarios al mercado sabe que no podrá gastar más de S/7 en pollo. Eso puede ser hoy 500 gramos, 450 mañana o 600 si baja después. Lo común es que allí la unidad de compra sea el monto de dinero, S/2 de apio o de culantro, y no la cantidad de bienes. Y así como se achicaron las galletas Coronita y el chocolate Sublime, y apareció la bolsa de 750 gramos de arroz Costeño, el pan francés se sigue vendiendo hoy en zonas populares a cinco por S/1, pero con un tercio de los 30 gramos “oficiales” por pieza. La “reduflación” siempre nos ha acompañado.
En tiempos donde la inflación incrementa los costos, ¿achicar es la única solución? No, dado que con mayores costos mantenerse igual no es sostenible, las alternativas para las grandes empresas, quioscos del mercado o señoras del menú, son dos: subir los precios o bajar cantidad o calidad. Unos escogerán subir para mantener su ingreso total, sabiendo que la inflación seguirá incrementando los precios de manera permanente. Otros, con la presión del corto plazo, achicarán producto o calidad, para no disminuir su número de compradores.
Pero ¿qué problemas y beneficios presentan esas alternativas? De manera general, bajar la calidad no es bueno para vendedores ni compradores, pues puede disminuir la satisfacción de los usuarios (la comida de doña Elsa ya no es tan rica) y las marcas perderían preferencia. Bajar la cantidad podría ser positivo porque permite el acceso a productos que mucha gente tendría que abandonar, aunque en productos estandarizados es una decisión casi permanente, ya que regresar luego a los pesos anteriores puede desconcertar a los clientes. Pero es esencial que todo cambio sea lo más transparente posible, pues, en esta época de consumidores informados y críticos, cualquier recorte opaco podrá ser interpretado como un intento poco serio de las empresas. Nadie ganaría.
¿Cómo se vende S/1 de aceite?, se preguntará el lector. En una bolsita plástica, donde el tendero pone el líquido que saca de una botella de litro. Hoy serán 50 ml. y quizás mañana 45. Les deseo una gran semana.
Rolando Arellano C.
Presidente de ARELLANO y profesor en Centrum Católica
Artículo completo en El Comercio