Contra la opinión de algunos activistas y políticos, como la de nuestra vicepresidenta en el reciente foro de Davos, el conflicto ruso ucraniano muestra que la minería y la agricultura son complementarias y no opuestas. Veamos.
Los lectores conocen bien que se está gestando lo que podría ser una de las crisis más grandes de la historia moderna que amenaza con generar hambruna en el 30% de la población del mundo. Dándoles la razón a quienes defienden a la agricultura, esta crisis se generará por falta de producción de alimentos, más específicamente, por escasez de urea industrial, que incrementa la productividad agrícola mucho más que el guano de islas y otras materias orgánicas usadas anteriormente.
Pero, contra los que quieren enfrentar a la agricultura con la minería, debe saberse que la urea de uso agrícola (que Rusia, el mayor exportador del mundo, restringe hoy por su guerra con Ucrania) se obtiene principalmente a partir del gas de petróleo. Y si la urea provee nitrógeno para el crecimiento de plantas, el fósforo, otro ingrediente indispensable, se obtiene básicamente de la extracción en minas de roca fosfórica. En otras palabras, sin actividad minera y petrolera sería imposible que la agricultura produzca la gran cantidad de alimentos que hoy el mundo necesita.
Conocido lo anterior, ¿cuáles deberían ser los aprendizajes de esta crisis mundial para el Perú? Primeramente, frente a quienes hablan de “la maldición de las materias primas”, esta guerra en otro lado del mundo debería hacernos reconocer la importancia conjunta de la agricultura y la minería, dos de los tres sectores de actividad donde el Perú tiene grandes ventajas competitivas internacionales (junto con el turismo, ver mi columna del 28/12/2020). Hacernos ver así la necesidad de orientar hacía ellos más recursos, como formar a nuestros jóvenes para desempeñarse allí, fomentar la investigación y el desarrollo de tecnología de punta y orientar nuestras políticas públicas para hacerlas crecer.
Pero, de manera especial, debería hacernos entender la gran ventaja de generar sinergias, donde más que convivir sin enfrentarse, la minería y la agricultura puedan desarrollarse más si cooperan. Pensamos, por ejemplo, en más industrias de transformación de productos mineros en fertilizantes, en explotaciones que desde el inicio contemplen el uso compartido de las aguas, en rutas de explotación minera compatibles con acceso a mercados agrícolas, o en el empleo conjunto estacional del personal. En fin, en acciones cuyo objetivo sea generar una relación simbiótica, de interacción positiva, entre alimentos y minerales, que evite problemas como el que estamos por vivir. Que tengan una gran semana.
Rolando Arellano C.
Presidente de ARELLANO y profesor en Centrum Católica
Artículo completo en El Comercio