“Oferta: alquilo estudio a US$3.000 mensuales”, leo sorprendido en un letrero en el metro de Nueva York hace unos días. Pienso, entonces, que acostumbramos a comparar el costo de vida entre países, pero raras veces comparamos ciudades y zonas del Perú. Veamos.
Si al lector le sorprende que alquilar en NY un estudio (una sola pieza de dormitorio, sala y cocina, más un baño, 25 m2 aprox.) cueste muchísimo más que en Lima, deberían sorprenderle también las grandes diferencias de costo de vida entre Lima y muchas ciudades de provincia como Huacho o Ayacucho. Si allí se gana menos, el costo de vivienda, transporte o alimentación puede ser sustancialmente menor. Y esa diferencia también se da entre distritos del centro y de la periferia en Lima, Arequipa y otras grandes ciudades. Así, en Miraflores el menú que cuesta S/18 se encuentra a 10 o menos en distritos limeños como Comas o Villa María. Y lo mismo pasa con el corte de pelo, la pensión del colegio y la blusita de moda.
¿Acaso no son las mismas calidades? Quizás no, pero no siempre en la dirección supuesta, pues el menú de la tía Juanita puede ser más copioso, variado y balanceado que el del ‘fast food’ (donde nadie nos dice: “¿Un poquito más, caballero?”). De hecho, en productos como el cine se ven salas igualmente cómodas y la misma película (hoy, “Transformers” en Machu Picchu), mientras la entrada cuesta la mitad en la zona más popular. Más aún, el metro cuadrado construido de vivienda puede ser de dos a cuatro veces menor en los distritos de la llamada periferia, que en la cada vez más pequeña zona central.
Por otra parte, se olvida siempre comparar los elementos intrínsecos de la calidad de vida. Así, por ejemplo, mientras en los distritos ‘pobres’ la mayoría de las familias vive en casas propias y muy espaciosas, en las zonas ‘más ricas’ la proporción de propiedad es menor y hay muchas más personas viviendo en departamentos pequeños (aunque infinitamente más grandes y cómodos que el promedio neoyorquino). ¿Quién tiene, entonces, una mejor vivienda?.
¿A qué nos debe llevar esta reflexión? A considerar que nuestros indicadores económicos no siempre miden la verdadera calidad de vida ni el potencial de compra de los clientes. A entender que quizás el dueño del taller de mecánica de Villa El Salvador tiene hoy más capacidad de compra que el joven gerente sofisticado que paga una hipoteca elevada en el barrio de moda. A ver que esa ‘pobre’ ciudad de provincias, Cañete o Chulucanas merece una segunda evaluación de inversión, hecha con ojos más inteligentes. Pero, sobre todo, a entender que vivir bien no solo depende del dinero que se gana, sino del valor de los recursos que cada familia dispone. Que tengan una gran semana.
Rolando Arellano C.
Presidente de ARELLANO y profesor en Centrum Católica
Artículo completo en El Comercio