“Desaparecieron para todos esas distancias que antes solo los más ricos podían evitar”.
Mi padre don Carlos nació cuando aún no llegaba la luz eléctrica a Sullana, en Piura, y cuando falleció, a sus 91 años, escribía sus libros y artículos en una laptop. Un día le pregunté: “Para ti que has visto aparecer la radio, la televisión, las computadoras e Internet, ¿cuál es la invención más importante?”. “Sin duda, me contestó, el teléfono. Eliminó las distancias entre las personas”. Creo, como él, que esa tecnología influyó mucho en el país.
Recuerdo que las dos primeras cosas que debí aprenderme de niño fueron la dirección de mi casa y el número de teléfono (el 38239, había menos de cien mil líneas en Lima) y crecí viendo aumentar la importancia de ese aparato, que, al ser escaso, incrementaba hasta el valor de los inmuebles (“se busca departamento con teléfono” era un anuncio muy común). De hecho, además de esperar muchos años, tener “un contacto” en la Compañía Peruana de Teléfonos era indispensable para conseguir el precioso aparato.
¿Llamar al extranjero? Además de complicado, era carísimo. Estudiando en Francia a comienzos de los 80, el presupuesto nos permitía una llamada mensual al Perú de 3 minutos, de los cuales 2 se gastaban en sollozos entre mi esposa y su mamá por el fugaz encuentro en el espacio.
Y cuando hace 25 años llega Telefónica, y luego de ella muchos nuevos operadores, las cosas cambiaron. De un momento a otro la comunicación se democratizó, pues los gasfiteros ambulantes tuvieron así “una oficina” donde los llamaban sus clientes, los pescadores pudieron conocer el lugar donde vender su pescado a mejor precio, y las mamás conservadoras de Comas vivieron más tranquilas sabiendo que sus hijas ya estaban regresando del instituto en el Centro de Lima. Desaparecieron para todos esas distancias que antes solo los más ricos podían evitar.
Y con ello hasta cambiaron las costumbres. Si antes alguien que hablaba solo era “loco”, hoy se sabe que es alguien conversando por celular, quizá con un conocido en Iquitos o en España, con quien habla más que con sus amigos del barrio. Y hasta algunas malas costumbres variaron, pues si antes el individuo solitario se acompañaba con “un cigarrito”, hoy espera hablando por celular. Y, por cierto, los maridos inquietos la tienen más difícil, pues la excusa de “se me descargó el teléfono” tiene sus limitaciones.
Y este mágico aparato hasta ha revolucionado el idioma. Mi mamá doña Carmen me decía siempre: “No importa si no puedes venir a visitarme pues para eso está el hilito”, refiriéndose al teléfono. Hoy ya no hay hilos, pues cuando mi hija le dice a mi nieto: “Cuelga el teléfono”, este responde: “¿De dónde lo cuelgo?” mirando su celular. Y le pregunta de paso: “¿Por qué esa ducha se llama ducha teléfono?”. Que tengan una gran semana.
Rolando Arellano Cueva
Presidente de ARELLANO y Profesor en Centrum Católica