El internet trae muchos beneficios, y también muchos peligros que debemos considerar.
Por un lado, como lo dicen algunos estudios, hace que los menores pierdan habilidades fundamentales, al punto de ser la primera generación con un coeficiente de inteligencia inferior al de sus padres.
Cierto o no, lo evidente es que con tantas pantallas los jóvenes disminuyen sus habilidades de interacción social.
Por otro lado, como se ve en el impactante documento «El dilema de las redes sociales» (Netflix), las corporaciones que manejan las redes tienen acceso casi ilimitado a la intimidad de los individuos.
Al conocer nuestros gustos, desplazamientos, compras, actividades y etc., tienen una imagen más completa que la que conocemos de nosotros mismos. Así, en lugar de ser los usuarios del producto Redes Sociales, resulta que nosotros somos el producto que ellas venden.
Y su peligro se multiplica si usa para la sociedad en su conjunto. El ejemplo lo vemos en temas electorales, como el Brexit y quizás la elección de Bolsonaro y Trump, en donde con grandes bases de datos ciudadanos se distorsionó el sentido de la democracia.
¿Debemos entonces negarnos a esas tecnologías? No, pues ellas son necesarias para el desarrollo. Pero al no ser nuestros países los primeros en tenerlas, podríamos observar en otros sus efectos negativos, y contrarrestarlos para no caer en ellos.
Así podríamos evitar que nuestros niños se sumerjan demasiado en pantallas en las que podrían ahogarse. Podríamos limitar la información que damos en las redes sociales para que no limiten nuestra independencia personal.
Y podríamos vigilar su uso en procesos democráticos, como las elecciones que tendremos en el 2021, en donde el internet tendrá una importancia exagerada. Que tengan una buena semana.
Rolando Arellano Cueva
Presidente de ARELLANO y profesor en Centrum Católica
Artículo completo en El Comercio