Muchos creen que el marketing es publicitar promesas para que las personas compren determinados productos. Por extensión, piensan que la tarea del marketing político es solo convencer a los ciudadanos de votar por un candidato. Ahora que empiezan las campañas electorales en regiones y municipios, quienes piensen postular deben saber que el marketing político es mucho más que eso y que usarlo mal les puede generar graves problemas. Veamos.
¿Qué pasaría con una empresa a la que, para vender más, se le recomienda mentir sobre sus productos? Sin duda, su destino será la quiebra, pues los clientes decepcionados nunca le volverán a comprar y hablarán mal de ella a sus contactos. El lector entenderá entonces que si el marketing fuera la especialidad que recomienda esa mentira, como creen algunos, hubiera desaparecido hace tiempo en lugar de ser la robusta disciplina que es hoy. Por el contrario, el objetivo del marketing es buscar la manera de satisfacer tan bien a los consumidores (el ‘market’) para que deseen volver a comprar y nos recomienden. Para ello, el marketing estudia y propone el producto que satisface mejor al cliente, busca que esté físicamente a su alcance, le fija un precio acorde al valor entregado y, solo después, se preocupa de publicitarlo y venderlo.
¿Y qué es el marketing político? Cuando en los países con tradición democrática se aplica el marketing a la política, sus expertos trabajan con los candidatos para conocer las necesidades del pueblo, elaborar planes de trabajo viables y apoyarlo en comunicar su propuesta. Y si es electo, lo ayudan a cumplir lo prometido, sabiendo que cada período es un trampolín para un destino político mayor, desde un distrito hasta, eventualmente, la presidencia de la nación.
Pero en nuestro país, el “marketing político” de muchos can犀利士
didatos se limita a hacer campañas basadas en encuestas que les dicen lo que el pueblo quiere y ofrecer satisfacerlo sin preocuparse por si podrán cumplir. No ven que, si son elegidos, tendrán grandes problemas cuando les reclamen por su deshonestidad. Quizás algunos piensen que la eventual recompensa justifica el riesgo, pero la prueba de su error son todos los expresidentes, gobernadores y alcaldes que estuvieron felices de ganar sin tener capacidad, experiencia o equipo, y que hoy están enjuiciados, detenidos, con bienes embargados y enfermos. ¿Un ejemplo más? En solo seis meses de gobierno ineficiente, el actual inquilino del Palacio ya se aseguró gravísimas acusaciones para cuando, temprano o tarde, termine su mandato.
¿Quiere usted aún ser candidato? Si es así, hágalo con verdadero marketing. El país se lo agradecerá. Que tengan una buena semana.
Rolando Arellano C.
Presidente de ARELLANO y profesor en Centrum Católica
Artículo completo en El Comercio