Muchas de las normas de la cultura, que es la manera que tienen los pueblos para convivir, protegerse y diferenciarse de otros, cambiaron con la llegada del COVID-19. Hoy, cuando este virus amaina, deberíamos considerar guardar algunas de las buenas costumbres aprendidas en ese cambio. Veamos.
Las formas de cercanía y distanciamiento social fueron siempre un gran diferenciador cultural. Así mientras los japoneses se saludaban con una inclinación de cabeza, lo usual era que los europeos se estrechasen la mano, los latinoamericanos se diesen un abrazo y muchos africanos se tocasen efusivamente. Y a nivel de edades, en los jóvenes la cercanía física, como saludarse con uno o dos besos en la mejilla, era una práctica mucho más común que en los mayores.
Pero los comportamientos culturales tienen la característica de cambiar cuando ya no son útiles, como ocurre hoy con la manera mucho más equitativa de trato a las mujeres, gracias al empoderamiento femenino. Eso mismo se observó en gran magnitud y rapidez en las formas de acercamiento entre personas, que, como consecuencia del COVID-19, volvió a todos «casi japoneses». Así, entre otros aspectos, durante la pandemia se eliminó el darse la mano y se cambió por un toque con el puño o el codo, desapareció el beso en la mejilla entre amigos y se volvió natural el permanente uso de la mascarilla.
Por la misma razón hoy, como consecuencia de la disminución de la mortalidad del COVID-19, muchas de esas nuevas costumbres retroceden, regresando a la normalidad anterior. Pero creemos que no todos esos retrocesos, que podrían parecer un alivio a las tensiones vividas, deben ser vistos como positivos. Eso porque, más allá de la protección contra el COVID-19, las costumbres de lavarse las manos con más frecuencia, guardar cierta distancia, dejar de compartir el vaso de cerveza y usar mascarillas, contribuyeron a que se limitara también la propagación de muchas otras enfermedades contagiosas. Se controló mejor el COVID-19 y también disminuyeron los contagios de gripe e influenza comunes, así como de varias otras enfermedades infecciosas.
Por ello, deberíamos evitar que la normalidad post COVID-19, sea un regreso a las épocas en que permitimos que más enfermedades se propagaran fácilmente, y aprovechar para que los buenos hábitos que se generaron durante los malos momentos de la gran pandemia continúen protegiéndonos. Los lectores tienen ahora la palabra para recomendar qué hábitos deberían integrarse de manera permanente a nuestra cultura nacional, y cómo podríamos incentivar su aceptación y permanencia. La salud, la productividad y el bienestar general de las familias nos lo demandan. Que tengan una gran semana.
Rolando Arellano C.
Presidente de ARELLANO y profesor en Centrum Católica
Artículo completo en El Comercio