“Han empezado a desaparecer los símbolos de rango entre jefes y empleados”.
Mientras la política se entretiene en luchas de poder doméstico, en el mundo corporativo se empiezan a ver cambios inmensos en los símbolos de poder de los individuos, que podrían cambiar el funcionamiento de las sociedades. Veamos.
Durante siglos, pensadores de diversas orientaciones han pugnado por establecer una sociedad sin jerarquías, donde todos sus miembros tengan los mismos derechos y facilidades. Desgraciadamente, la evidencia histórica dijo que eran ideas utópicas, y que las diferencias de estatus y de beneficios eran fundamentales para el funcionamiento social.
Así, en las empresas las jerarquías siempre conllevaron facilidades y signos como títulos rimbombantes y oficinas grandes, junto con trajes caros y corbatas más vistosas. Reconocer a un jefe fue, por tanto, durante mucho tiempo sumamente fácil. Hasta muy recientemente, cuando empezó a verse la desaparición de los símbolos de rango entre jefes y subordinados.
Así, en el mundo y en empresas como Alicorp, BBVA, Telefónica o BCP empieza a aumentar el número de instituciones en cuyas oficinas no existen zonas individuales, sino grandes espacios abiertos, donde todos pueden ver trabajando al otro, sea este gerente o practicante. Más aun, no hay puestos asignados de manera permanente, sino que todos se van ubicando donde les toque, por orden de llegada. El lugar de cada quien no es entonces una ubicación geográfica, sino el contenido de su computadora, que es su oficina, almacén de documentos y correo. Casi como lo que decía el eslogan de la tierra es de quien la trabaja.
Junto con ello, las jerarquías también se difuminan, pues si antes un jefe podía poner en su tarjeta de presentación que era “vicepresidente corporativo nacional de investigación y desarrollo”, hoy se llamará solo “líder de innovación” (y ya no usará tarjetas). Y también desaparecen las diferencias físicas, pues el uniforme común de todos, de reyes a pajes, son los jeans, las zapatillas y las camisas sport. De hecho, si se ve a alguien con corbata, es muy probable que sea un postulante que vino a una entrevista para un puesto de bajo nivel.
Pero los cambios pueden ir mucho más lejos, pues si es esperable que desaparezcan los baños privados de los jefes, puede sorprender un poco más que se vean desaparecer hasta las diferencias de género. Igualdad, por ejemplo, en los baños, que pueden usar tanto damas como caballeros, secretarias o presidentes.
¿Será un cambio permanente? Parece difícil, pero si lo fuera será una revolución inmensa. Una que han tratado de hacer desde hace siglos Cristo, Buda y Marx y que no viene desde la política, como era de esperarse, sino, sorprendentemente, del mundo empresarial. Que tengan una buena semana.
Rolando Arellano Cueva
Presidente de ARELLANO y Profesor en Centrum Católica