Si Sherlock Holmes estuviera hoy en Lima, vería que, como en Londres, la tecnología y los avances sociales están haciendo desaparecer a muchas profesiones. Pero se sorprendería de ver aquí, fuerte y creciente, a una profesión que en el mundo casi se ha extinguido: la de policía de tránsito. Extraño caso, se diría.
Entre las muchas profesiones que vería Holmes desaparecer o limitarse en número estaría el mecanógrafo, telefonista, fotógrafo de plaza, ascensorista, chofer privado, zapatero remendón, relojero, encuadernador, sastre, modista, pintor retratista, músico profesional y artista de radio y de teatro. Y sabe que seguirán otras como soldado de infantería, traductor, intérprete y cajero de banco y de supermercado. Todo ello porque la tecnología abarata productos o hace que las máquinas realicen tareas de manera más eficiente que los humanos.
Pero al observar a los policías de tránsito de Lima vería que hoy miles de personas están haciendo una tarea que hace más de 50 años empezaron a hacer los semáforos. ¿Qué puede explicar este anacronismo?
Se diría que si le contara este extraño caso a su amigo Watson quizá la primera conjetura de este sería que eso ocurre porque en Lima nunca hubo semáforos. Pero Sherlock sabe que no es así, pues los hubo y los sigue habiendo, aunque extrañamente lo común es ver cada vez más policías a su lado, compitiendo con ellos en dar pases o altos.
Se preguntaría entonces si tal vez los policías peruanos tienen más capacidad para orientar el tránsito que las máquinas de tres colores. Difícilmente, se contestaría, pues aun cuando puedan ser policías tan capaces como los ‘Bobbies’ londinenses, hoy hay tecnologías accesibles como las del Waze que coordinan los flujos de tránsito mejor que cualquier humano.
¿Será entonces que siendo el Perú un país pobre, le sea más económico usar personas que aparatos? Humm, no, se respondería, porque la inversión en sistemas inteligentes es fuerte pero en el tiempo es menos costosa que el austero sueldo de los miles de profesionales que se emplean para hacer lo mismo. Y sabe que eso se puede financiar a largo plazo.
¿Y no será que no hay otras tareas donde los policías puedan ser más útiles, y hay que asegurarles un puesto de trabajo? Tampoco, pues con el déficit de seguridad que observaría en Lima, sabría que los policías serían más que bienvenidos en la función de mejorarla, y en hacer muchas otras tareas que hacen en el mundo los policías modernos.
“Creo que estoy olvidando algo elemental para aclarar el misterio de esta profesión que no desaparece”, pensaría. Y trataría de llamar a Watson para pedirle su ayuda para resolverlo, y volver cuanto antes al más ordenado tráfico de Londres.
Rolando Arellano Cueva
Presidente de Arellano Marketing y profesor en Centrum Católica