“Así como cambian tamaños y ubicaciones de las viviendas, vemos que empiezan a desaparecer otros paradigmas”.
Como en muchos aspectos de la vida de los peruanos, a lo largo de nuestro trabajo hemos visto también que han cambiado drásticamente sus preferencias por el tipo de vivienda familiar. Eso representa un gran desafío de adaptación al sector de la construcción. Veamos.
Hasta hace unos años se hablaba del “sueño de la casa propia”, que implicaba dos cosas: uno, lo difícil que era ser propietario de una vivienda; y dos, que se trataba de una casa, es decir amplia y en primer piso. Si bien había edificios populares, buscar departamento era una opción secundaria para las mayorías, que vieron en las periferias la oportunidad de hallar un terreno donde construir.
El gran cambio aparece en el siglo XXI con las subvenciones gubernamentales como Mivivienda y la participación del sector privado en la construcción y venta de edificios. Eso fue tan novedoso que investigamos mucho sobre cómo incentivar la aceptación popular de vivir en vertical. Algunos hallazgos asombraron a nuestros clientes arquitectos e ingenieros, como el que aquí se valoraban más los pisos bajos, y que la canchita de fútbol o la gruta para la virgencita eran más apreciados que una piscina.
Empezaron a llegar allí parejas que habían crecido en el segundo y tercer piso de la casa de sus padres, que tuvieron que aprender a convivir codo a codo, por primera vez, con personas distintas a sus propias familias. ¿El tamaño? ¡Pequeñísimo!, decían, pues eran “solo” 120 metros cuadrados, incluyendo por cierto el “cuarto de servicio”.
Con el tiempo se empezó a perder el temor a las alturas, y los edificios, que eran de solo cinco pisos, empezaron a crecer. Muchos miembros de la tercera generación de migrantes, con uno o dos hijos, prefirieron vivir más alto pero cerca de su trabajo, evitando el tráfico creciente de las ciudades. Así la esposa moderna, que trabaja fuera, aceptó menos metraje –70 o 60 metros bastaban si estaban bien situados y distribuidos–, pues ya no se cocina tanto en casa y no hay empleada para mantenerla.
Y llegamos hoy a un tiempo en que unas familias con mamás conservadoras, que se quedan cuidando a los niños, siguen comprando lotes para construir en la periferia, otras están felices con un departamento céntrico de 60 metros en el piso 8, y hay parejitas o personas solas que buscan un “estudio” de 30 metros en zonas de mucho movimiento.
Y así como cambian tamaños y ubicaciones, vemos que empiezan a desaparecer otros paradigmas, como el de “la casa para toda la vida”, que transformará más a la industria de la construcción, pues las familias comenzarán a vender y comprar sus viviendas según sus necesidades del momento. Pero esa es otra historia, de la que conversaremos después. Que tengan una buena semana.
Rolando Arellano Cueva
Presidente de ARELLANO y Profesor en Centrum Católica