Regalar dinero en momentos de crisis es una práctica usual de los gobiernos del mundo. Pero para que sea una ayuda real se deben considerar algunos aspectos de la economía y de la psicología de los ciudadanos. Veamos.
Regalar dinero en sí no es malo, pues ayuda a disminuir el sufrimiento social, al permitir cubrir necesidades como alimentación básica, que no pueden esperar mucho tiempo. Por otro lado, regalar dinero genera satisfacción en quien lo recibe, pues incrementa su bienestar sin mayor esfuerzo. A todos les gusta recibir regalos, y de manera general agradecen a quien los hace. En tercer lugar, el dinero regalado genera movimiento económico, pues al entrar al mercado se transforma en demanda para bienes y servicios diversos.
Sin embargo, cuando el dinero se regala a quien no lo necesita disminuye su eficiencia y su efecto de justicia social. Si en el 2021 hay 5.7 millones de adultos (el 27% de los peruanos) en situación de pobreza y se dará bonos a 13.5 millones, se estaría “ayudando” a casi 8 millones más de lo estrictamente necesario. Por cierto casi nadie se va a quejar por recibirlo, pero todos en su fuero interno saben que se está dando más de lo que se debe, y será peor cuando vean que en ese “regalo” se están gastando los ahorros que dan fuerza a la moneda e impiden las subidas de precios. Y si bien se generará un movimiento económico inmediato, al ser un “one shot”, difícilmente tendrá efectos durables en la economía. La psicología sabe que el dinero fácil se gasta fácil y que el dinero efímero se gasta efímeramente. Nadie va a comprar bienes o embarcarse en proyectos que sostengan a las empresas por un plazo largo.
¿Qué debería hacerse entonces? Una medida lógica sería limitar el acceso a los bonos sólo a los más necesitados, mejor aún si en vez de hacerlo en una sola vez se otorguen por etapas, que les permitan planear inversiones de mayor duración, como mejoras de vivienda u otros. Mejor aún, se entregaría ese dinero condicionándolo a determinados tipos de comportamiento que ayuden a las familias, asistencia de sus hijos al colegio, control de vacunas etc. como ya se hace (o se hacía) con otros tipos de ayuda. Paralelamente, se orientaría su uso a tipos de gasto que tengan mayor proyección económica, como por ejemplo compra de productos nacionales, acceso a internet o similares. Así se multiplicaría su efecto social y económico.
Y por cierto, un gobierno responsable debería enfatizar, como Margareth Tatcher, que no existe “dinero del estado”, y que lo que usa es dinero de los ciudadanos. Y si no lo hace, es un deber de los ciudadanos hacer consciente de eso a la población, para exigir que se use bien. Que tengan una gran semana.
Rolando Arellano C.
Presidente de ARELLANO y profesor en Centrum Católica
Artículo completo en El Comercio