Para afinar detalles de una nueva maestría en marketing en el Perú, llego a la Universidad Laval de Quebec, Canadá, donde enseñé por diez años. Allí, me vuelvo a sorprender al ver cómo en solo una generación, y en lo que ellos llaman la revolución tranquila, esta región de agricultores y leñadores con inviernos de 40 grados bajo cero se convirtió en una de las zonas más desarrolladas del mundo. Y pienso que los latinoamericanos, tan golpeados hoy por temas sociales, podríamos aprender mucho de ese proceso.
¿Cómo ocurrió el milagro? Aunque las versiones difieren algo, entiendo que ocurrió lo siguiente. A.- Un grupo de quebequenses más educados asumió el compromiso de liderar el desarrollo de su región, respetando las leyes existentes. B.- El movimiento aprovechó al máximo las oportunidades de sus recursos naturales, por ejemplo generando hidroelectricidad, que le dio ingresos y energía para otras industrias. C.- Puso mucho énfasis en la calidad de la educación, sobre la que había jurisdicción provincial, desarrollando escuelas y universidades orientadas a formar profesionales para las necesidades de la zona. D.- Todo lo anterior se hizo insistiendo en las características que les daban identidad nacional y los unían, específicamente el idioma y sus tradiciones, aspectos que antes incluso eran objeto de burla.
¿Sería factible lograr algo igual en América Latina? Creemos que sí, pues en cada país tenemos una situación parecida, aunque con una naturaleza menos agreste, a la de Quebec hace una generación. Faltaría entonces: A1.- Que ciudadanos educados y bien intencionados (los hay muchos, como usted, señor lector) iniciemos o apoyemos un movimiento civil honesto hacia el verdadero desarrollo. B1.- Deberemos concentrarnos en nuestros recursos diferenciales, dando fuerza al turismo, la agricultura, forestería o minería, en vez de copiar lo que otros hicieron con sus propias ventajas. C1.- Tendremos que apostar a fondo por una educación focalizada en apoyar a los proyectos escogidos. D1.- Todo ello reconociendo la fuerza de nuestra gente, historia y cultura, valorando nuestras ventajas, subiendo la autoestima y uniéndonos más como nación.
Muchos dirán que eso aquí sería imposible, mostrando los grandes defectos que tenemos los peruanos, mexicanos o brasileños, o diciendo que las condiciones de Quebec eran distintas. Frente a eso, debe señalarse que comentarios negativos similares eran comunes en Quebec al comienzo de la revolución tranquila. Y, como dato personal, puedo decir que muchos de mis colegas PhD en la Universidad Laval me contaban que su niñez era tan pobre que su gran regalo navideño era solo una naranja. Hoy son parte del Primer Mundo.
Rolando Arellano Cueva
Presidente de Arellano y profesor en Centrum Católica