Zoila y Gustavo, de 12 y 13 años, sin saber leer de corrido, van a entrar al primero de secundaria y su fracaso en el colegio está asegurado. Esto porque, debido al COVID-19, como millones de niños peruanos, no están preparados para su grado. Si no actuamos ahora para ayudarlos, las consecuencias serán gravísimas.
¿Cómo llegaron ambos hermanitos a esta situación? Muy simple, durante los dos años de prohibición de clases presenciales, que correspondían a su quinto y sexto de primaria, solo siguieron por televisión algunos programas del Minedu y, muy raramente, si el celular de su mamá funcionaba, entraban a cursos por Internet. Y, al igual que sus colegas de otros grados, casi nunca tuvieron contacto con algún profesor que viera su desempeño y los guiara de manera puntual.
¿No los ayudaban sus padres? Estaban muy poco en casa por su trabajo como campesinos y solo les podían transmitir lo que recordaban de sus escasos estudios. Como resultado, dado que no se permite repetir el año, nuestros pequeños amigos irán a un grado para el que no están listos, asegurando su decepción, fracaso académico y posible deserción escolar.
Más allá de buscar culpables en nuestro deficiente sistema educativo y el mal manejo de las cuarentenas, la gran culpable de todo es, sin duda, la pandemia. Ante eso, más que el ataque, corresponde estimular la colaboración en una gran cruzada para recuperar el tiempo perdido. Cruzada urgente en la cual los jóvenes, adultos, jubilados, iglesias, universidades, empresas, clubes y asociaciones nos organicemos para enseñar a leer, a sumar y a nivelarse a los muchos niños que no tuvieron ni siquiera las clases por Internet de nuestros hijos, nietos o vecinos.
¿Cómo actuar? Quizás ayudar apoyando a los buenos maestros de colegios públicos y privados de zonas de menor ingreso, que tendrán un inmenso desafío este año, esperando que las autoridades de educación den las facilidades para que sea posible. Tal vez podemos lograr que municipios faciliten el trabajo de brigadas de voluntarios para clases de repaso, e implicando a los comedores populares, clubes de madres y similares. Asimismo, las parroquias pueden organizarse para dar cursos de recuperación, las universidades pueden otorgar créditos a sus alumnos por trabajo educativo, o incluso las empresas, muy solidarias ante terremotos y huaicos, pueden sumarse viendo aquí un gran tsunami que cae sobre los más pobres.
Sin duda, los lectores tendrán mejores ideas, que esperamos difundan y apliquen, pero como gran primer paso hagamos sentir la urgencia de actuar ya. Para evitar el fracaso de la generación de Zoilas y Gustavos (casos reales) y, con ella, en un futuro cercano, el de todo el país. Que tengan una gran semana.
Rolando Arellano C.
Presidente de ARELLANO y profesor en Centrum Católica
Artículo completo en El Comercio