Cuando le pregunté al chat GPT sobre cómo solucionar el problema del transporte público, me contestó casi como un alcalde tradicional: poner más orden, pistas exclusivas y sistemas masivos. Al preguntarle lo mismo a mis alumnos de la maestría en marketing, me propusieron primero subirme a una combi.
Me dijeron, profe, póngase en la posición del chofer de una combi, que debe estresarse 14 o 15 horas compitiendo con otros tan cansados como él. Que sabe que las multas son para pagar mañana, o nunca, pero los soles para la comida y el colegio de sus hijos, los necesita hoy.
Póngase también en el lugar del pasajero, que pierde varias horas diarias para ir al trabajo, al estudio y regresar a su casa. Entenderá allí, profe, que es mejor una combi incómoda y peligrosa hoy, que el prometido transporte oficial, limpio y seguro, que no llega nunca.
Se dará cuenta entonces que el transportista no es ese “asesino de la combi”, que se hace rico siendo informal. Que el pasajero no es un desobediente al que le gusta la incomodidad y el peligro. Verá más bien que ambos son rehenes de un sistema ineficiente y que ninguna mano dura será más fuerte que la voluntad de supervivencia de los choferes o la necesidad de movilizarse del público.
Verá así que se necesitan soluciones que aseguren la cooperación de los involucrados. Que tengan en cuenta que cualquier sistema nuevo deberá tener capacidad de competir, de tú a tú, con el caos actual. Que es ilógico prohibirle al chofer que use una vía cuando hay público esperando su servicio; y también prohibirle al público que use esa movilidad, sin darle una alternativa mejor.
Por ello, sabiendo que prohibir indiscriminadamente no funciona, deberíamos pensar que el transporte es un servicio que también sigue reglas de oferta y de demanda. Que las autoridades debieran explorar formas de estimular a la mejor oferta, como, por ejemplo, apoyar a las líneas que mejoren su servicio, con limpieza, seguridad y respeto a las señales. Y que por el lado de la demanda generen campañas para que los pasajeros prefieran a las líneas que dan un servicio cómodo, seguro y en rutas lógicas. Verá que muchos esperarán para tomar “La Sanmartincito”, en vez de esas caóticas que pasan gritando y corriendo como locas. Tenemos, profe, muchas más ideas de ese tipo, que no van a frenar a métodos más eficientes y ordenados, siempre que sean competitivos, como el tren eléctrico.
¿No es ingenuo pensar que eso va a funcionar? Bueno profe, así es como funcionan las empresas de la vida real, con calidad y lealtad de marca ¿No es más ingenuo seguir repitiendo y repitiendo algo que ya sabemos que no funciona? Me dejaron pensando. Que tengan una buena semana.
Rolando Arellano C.
Presidente de ARELLANO y profesor en Centrum Católica
Artículo completo en El Comercio