Quizás la razón de que tantos se esfuercen en negar lo bueno que ocurre en el país, económica y socialmente, sea que durante siglos hemos tratado de no ver lo bueno que ha ocurrido en nuestra historia. Veamos.
Los aspectos que más se enseñan, o que nuestros niños aprenden, sobre la historia del Perú son los episodios en que nuestro país perdió algo. Un gran hito es así la conquista, cuyo símbolo máximo es la captura de Atahualpa por un puñado de españoles, a pesar de que lo defendían miles de guerreros. Españoles triunfantes que, siendo nuestros abuelos en el nuevo mestizaje, luego son presentados como un grupo de analfabetos y criadores de chanchos sin valor para su descendencia. Posteriormente, al hablar sobre la independencia se insiste en los extranjeros que llegaron a liberarnos, omitiendo a los muchos peruanos que lucharon allí. Eso para pasar al episodio señalado con mayor insistencia, el de nuestra derrota en la Guerra con Chile, omitiéndose luego señalar la guerra de 1940, donde vencimos al Ecuador. Y si, con justicia, se rinden grandes honores a Grau y Bolognesi, se habla menos de Andrés Cáceres, vencedor en La Breña, o del mariscal Ureta, vencedor en Zarumilla. Habrá notado el lector que las mujeres, como Micaela Bastidas o Tomasa Tito Condemayta, solo se mencionan de manera accesoria a la gesta de los hombres.
¿Qué niño se sentirá entonces orgulloso de su país? ¿Qué adolescente creerá que este es el país donde quiere vivir? ¿Qué joven pensará que debe hacerlo crecer?
No se crea que nuestra historia lo dice así, pues muchos de nuestros historiadores han estudiado y presentado una realidad mucho más ponderada, mostrando tanto nuestras victorias como derrotas, de la misma manera que el INEI muestra los crecimientos y caídas de la economía. El problema está en quienes cuentan la historia priorizando lo malo que nos pasa y no lo mucho de bueno que ella tiene. No se cuenta, por ejemplo, que cuando en Europa construían solo monolitos de piedra, Caral, la ciudad más antigua de América, tenía una organización muy sofisticada. Tampoco que los incas eran mucho más avanzados que el resto del mundo en hidráulica. Que tuvimos muchos héroes civiles. Además, por cierto, nada sobre las grandes migraciones del siglo XX, que marcaron el crecimiento de las mayorías nacionales.
Si algo puede ayudarnos en el tercer centenario republicano que comienza, es el generar en nuestros jóvenes orgullo sobre su país. Eso busca “El Tesoro”, mi nuevo libro donde un grupo de aventureros descubre lo que quizás fue nuestra gran historia, y no la difundimos. Ojalá sirva también para sanar las grandes heridas que nos dejan las recientes elecciones.
Rolando Arellano C.
Presidente de ARELLANO y profesor en Centrum Católica
Artículo completo en El Comercio