Para elegir un presidente, podríamos usar el mismo proceso que para comprar una refrigeradora. Primero pensamos para qué la necesitamos, por ejemplo si es más para guardar productos de uso diario, o para guardar cosas por mucho tiempo. Al elegir un presidente deberíamos igual preguntarnos qué queremos que haga con nuestros recursos. Por ejm. ¿que reparta nuestras riquezas o que apoye su creación, para un mejor futuro?
Luego vemos si la refrigeradora cabrá en muestra cocina y combina con los muebles. Para un presidente ¿no sería bueno ver si su manera de actuar sigue nuestra manera de pensar? Por ejemplo ¿queremos uno impulsivo o que cumpla ley, para no retroceder? Y si siempre eliminamos a las refrigeradoras que proponen cosas incumplibles, como mucha potencia con poco consumo o crédito aprobado para todos, ¿no deberíamos igual descartar a los candidatos que ofrecen vacunar ya a toda la población o duplicar el sueldo mínimo?
Si nunca compraríamos un aparato a un panadero o artista que nunca trabajó en refrigeración, ¿no deberíamos ver si los candidatos tienen experiencia relevante en el gobierno, que asegure que sabrán actuar en la presidencia? En fin, nadie compraría su refrigeradora a una empresa desconocida, que funciona en una carpa improvisada. ¿No sería necesario igualmente, evitar a los candidatos presentados por partidos que son carpas levantadas solo para las elecciones?
Frente a la feroz crítica a la política, actuar así la acercaría a algo que los ciudadanos ya aprecian. Porque al alejarse de la gente, la política ha perdido espacio en su vida cotidiana y es necesario que lo recupere. Hagamos este análisis en familia en semana santa, porque, no lo olvidemos, votar bien es un acto de solidaridad con nuestro prójimo.
Rolando Arellano C.
Presidente de ARELLANO y profesor en Centrum Católica
Artículo completo en El Comercio